Quise dejar mis convicciones de lado y relacionarme con el mundo como lo hace la mayoría, decidí trabajar y por una casualidad me ofrecieron lo que supuestamente iba a ser un buen trabajo en la Serena, cincuenta mil pesos diarios pueden convencer a cualquier inútil con ganas de recorrer el mundo.
Es un poco decepcionante reconocerlo (pero la verdad es que importa muy poco lo que pueda escribir aquí), siempre he odiado la publicidad y he escrito bastante sobre el tema en la universidad, he insultado a algunas conocidas por ser publicistas, achacándoles parte de la culpa del caos existente-cada uno aporta en su medida- y resulta que ahora soy yo quien participa de esto. Además de mi remordimiento ideológico, la experiencia no fue buena, por no decir patética. Acepté ser una mujer-adorno sólo por dinero, pensando que el sacrificio valía la pena. Pero nótese que no fue un sacrificio físico, sino moral, que es peor.
Lo hice después de darle bastantes vueltas al asunto, pensando que tal vez la única forma de vivir bien y no sólo sobrevivir, fuera dejando esos juicios de lado en la vida laboral, y guardarlos estrictamente para lo personal. Pero no, sin duda eso sí es sobrevivir. No se puede estar silenciando los principios como traidor en dictadura. La vida no puede ser una dictadura de apariencias, y aunque sea lo cursi de lo cursi y parezca Platón hablando así, es cierto.
Quizas la solución no es lo uno ni lo otro, sino aprender a reirse de la propia desgracia, y no tomarla como tal. Es una pena no ser como Elizabeth Bennet.
1 comentario:
Yo creo que todas podemos ser como Elizabeth Bennet. Ése es, al menos, un buen propósito.
Saludos.
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