Ayer, caminando por el centro de esta -ahora- calurosa ciudad, decidimos tomar el camino por París. En Londres nos encontramos con un tumulto de gente. Sí, en Londres 38, sin que ninguno de nosotros supiera nada, hubo una casa de tortura durante la dictadura militar (digámoslo con todas sus letras, d-i-c-t-a-d-u-r-a). Han pasado más de treinta años desde el golpe, y a nosotros, a los que no nos tocó tan de cerca como para arrebatarnos a algún amigo o familiar, parece habérsenos olvidado que aún los cuerpos muchos de nuestros compatriotas no aparecen, quizás lo máximo que nos ocurre es que lo recordamos con regularidad, pero el hecho ya no está presente a cada paso. Sin embargo ayer, antes de partir al centro, sacudiendo el polvo de mis libros, encontré una revista Apsi con un especial fotográfico de Salvador Allende, mi hermano comentó que a su polola le gustaría tenerla, yo dije que es una reliquia, que tuviera cuidado con ella, que no se te vaya a caer café encima. Pero es reliquia porque es pasado, porque trae a la mente algo que ya no puede verse ni palparse. Para mi no puede ni siquiera olerse, pero qué pasa con esos familiares que han hecho de su vida buscar a sus parientes y amigos, hermanos, abuelos, qué pasas con ellos. ¿quién les responde, al menos y en última instancia, por el cuerpo de sus familiares? ¿quién les devuelve los años de frustración, de negación y de marginalidad?
De todas formas la conclusión es obvia, mientras no se haga justicia, mientras los asesinos sigan muriendo en libertad, cayendo enfermos en el propio hospital de nuestro ejército, el que financiamos todos nosotros con nuestros impuestos, no habrá reconciliación. Nuestra comunidad imaginada seguirá partida en dos o más, quizás en cuantas partes.
Y a pesar de todo yo seguiré mirando desde fuera, con mucho respeto, sin atreverme a entrar, sin atreverme a mirarlos a la cara, mientras un tipo sonriente y estirado está a las puertas de la moneda, lo que seguramente significará un entierro definitivo del tema y una polarización aún mayor. Si, y yo sigo caminando, luchando con el calor insoportable, dejando que la rapidez de la vida me haga olvidar lo realmente importante. (Tenías razón, lo urgente le quita tiempo a lo importante).